martes, 24 de diciembre de 2013

“Mi corazón, una mancha en tu carta a Santa Claus”

Por: Víctor Hugo Díaz Xolalpa
Nota: Este relato no pretendía un final como el que leerán, pero vaya que siempre la realidad nos rebasa, es decir, al escribirlo intente hacer algo que… algo cursi, romántico, vamos es navidad, quería escribir un cuento de navidad, pero la realidad es que siempre termina imponiéndose cuando la imaginación divaga sin cesar por la fría madrugada. Me explicare rápidamente, al terminar de escribir el final dude sí ese era el correcto (de hecho aún lo dudo), al principio  vacile por el hecho de que el final cae en una especie de cliché, pero al otro día, después de escribirlo, en las noticias leí algo parecido: una mujer descuartizada en una maleta con un narco mensaje encontrada en el metro, entonces me dije, este es final que queriendo o no es el que imagine para esta historia, pero al leer la noticia me convencí de que otra vez la realidad me había vuelto a superar, tal vez algún día cambie de parecer con respecto con el final.  

“Mi corazón, una mancha en tu carta a Santa Claus”

Al abrirse las puertas, Rosendo dejo de trapear y miro con desagrado como la gente bajaba de prisa sin darse cuenta de que el piso estaba aún húmedo… el metro cerro las puertas y se alejó del andén. Rosendo hizo un gesto de fastidio, pero siguió con su trabajo, mantener los pisos limpios a pesar de que no tardaba ni un minuto en volverse a ensuciar. Una y  otra vez, pasar el trapeador, una y otra vez.

Rosendo cojeaba  del pie izquierdo, se esforzaba mucho al subir las escaleras o al cargar las cubetas con agua. Muchas veces la gente sin darse cuenta pasaba, lo empujaban y le tiraban la cubeta, el agua se derramaba por todas las escaleras, cuando sucedía este tipo de cosas Rosendo sólo suspiraba y comenzaba a secar el agua con el trapeador escalón por escalón, al terminar, tenía que volver  a limpiar  las huellas de la gente que no terminaba de subir y bajar.
Lo que más le gustaba a Rosendo era limpiar al llegar la noche,  cuando  la gente era más tranquila y más amable a pesar del mal aspecto que percibía en ellos. -Seguro acaba de matar a su esposa y ahora va tranquilo a violar a una puta- pensaba, mientras veía alejarse a un tipo en el andén.
Una noche fría de diciembre Rosendo al terminar su trabajo de limpieza, fue a guardar sus cosas a una bodega, se cambió de  ropa, se lavó la cara y fue a esperar el último tren. Mientras esperaba se dio cuenta de que en el piso había una mancha, -pinche gente puerca- dijo en voz alta sin darse cuenta que una chica se acercaba a su lado.  La chica se tambaleaba, se esforzaba para no quedarse dormida, pero lo que la obligaba a mantener los ojos abiertos era el hipo.
Hip, hip, hip… Rosendo escucho, se incorporó, se olvidó de la mancha y no supo cómo, pero alcanzo a detener a la chica que estuvo a punto de caer a las vías.  La chica lo miro y comenzó a vomitar.
-No, no, no hagas eso aquí- Le decía Rosendo a la chica, mientras ella no paraba de vomitar y él buscaba en sus bolsas papel para limpiarla. La chica termino de vomitar, se limpió con la manga del suéter y le dijo: "soy Julieta". 
Julieta le tendió la mano, Rosendo la ignoro y se fue rumbo a la bodega.
Regreso con el trapeador y la cubeta con agua, empezó a limpiar. Julieta recargada en la pared lo miraba distraída por el hipo.  -Listo, soy Rosendo- le dijo y le dio un trapo para que se limpiara.
Julieta intento decir algo, pero el hipo se lo impidió, Rosendo aprovecho para otra vez, llevar sus cosas de trabajo a la bodega.
-Eres muy lindo… pero eres cojo.
-Tú eres linda y vomitas
El metro se acercó, ellos  se subieron.
Pasaron semanas para que Rosendo y Julieta se volvieran a encontrar, él la reconoció al instante, pero ella ni siquiera lo miro.
Rosendo no supo exactamente como definir aquello, trataba de pensar, divagar entre sus pensamientos para así entender que era lo que sentía. -¡Un cuento, sí, un cuento de navidad!- Se dijo así mismo, -¡Voy a escribirle un cuento de navidad y se lo voy a regalar!- Pero se distrajo al mirar una mancha, -¿Será la misma de la vez pasada? no creo, eso sería estúpido- se preguntó y se respondió él solo.
Cuando llego a su casa, saco un cuaderno viejo, un lápiz a la mitad y mordido. Sin pensarlo garabateo  “mi corazón, una mancha en tu carta a Santa Claus”  -¿Sí? No sé, ¿tú qué crees?- le dijo a una mosca que caminaba alrededor de un vaso de leche.
La mosca aleteo, voló  -tienes razón, es un buen título- dijo mientras la veía alejarse.
Al otro día Rosendo dejo de poner atención al aseo del andén para no distraerse y tratar de reconocer a Julieta entre la gente, pero trenes iban y venían y ella no se aparecía. Cerca de la media noche Rosendo se resignó, se enojó consigo mismo, que no le importo dejar la cubeta y el trapeador en el andén, espero el  último metro. Trataba de recordar los gestos de Julieta cuando lo miraba mientras él trapeaba,  al recordar el sonido que hacia cuando le daba hipo, Rosendo sonrió…  el metro iba acercándose, vio la mancha otra vez, justo en ese momento el tren se detuvo y abrió las puertas.
Se sentó junto a la ventana, saco la hoja de papel, el tren comenzó acelerar, él volteo, no sé si por intuición o por amor,  la vio y  le grito    –éste es último tren-   le aventó la hoja de papel.
La hoja se deslizo entre el aire… cayó sobre la mancha.
Aquella noche que Rosendo conoció a Julieta, él intento defenderla de un par de tipos, pero uno de ellos le disparo a la rodilla y le pego en la cabeza con la cacha de la pistola. Rosendo cayó desmayado. El otro tipo le rompió la camisa a Julieta, ella se resistió, le escupió a la cara, el tipo se enfureció,  le dio un cabezazo y le enterró una navaja en el estómago. Ambos tipos huyeron. Julieta antes de morir, vomito sangre, dejando una mancha en el piso.

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