miércoles, 23 de octubre de 2013

Una larga espera

Por: Emmanuel Gallardo

¡Cragsh!, fui aventada por mi padre al piso y aplastada por la multitud que me rodeaba, en los últimos instantes mi vida entera pasó frente a mí.

Recuerdo que fui abandonada en el establecimiento de adopción junto a mis cinco hermanas en una pequeña caja de cartón, el encargado abrió la puerta nos observó y se puso contento por nuestro arribo, tomó la caja y nos acomodó en un cuarto frío donde pasamos casi toda nuestra vida en la espera de una familia que nos adoptara.

Los días pasaban lentos, teníamos que comportarnos de forma tranquila, para que en el momento indicado una familia nos observara y se enamorara de nosotras, mis hermanas y yo siempre tratamos de estar inmóviles como estatuas, para que los personas pensarán que nosotras éramos las indicadas.

De noche cuando las luces se apagan, jugábamos con las demás que esperaban ser adoptadas, subíamos a sus niveles y platicábamos de lo que pensábamos era la familia perfecta para cada quien, unas presumían sus cualidades “yo soy rubia, así que puedo ser adoptada más fácil”, “¡calla!, las familias las prefieren obscuras como a mí”, “están equivocadas, todos vienen por unas robustas como nosotras”, “no, ustedes están mal, decía yo, nosotras somos seis, así que seremos adoptadas primero”.

Pero siempre estábamos erradas, las familias preferían a las que estaban enfrente de la fila, a las gordas presumidas de cuerpo grueso o a las que venían hasta con sus primas en un paquete de 20, parecía que la gente que adoptaba decidía llevarse a muchas, pero no a seis hermosas hermanas ligeras.


Todas las noches observaba las calles a través de la ventana y esperaba que el día de adopción llegara, parecía que nunca iba a suceder. Un día despertamos y todo el establecimiento estaba decorado con banderas tricolor, el día anual de adopción había llegado.

Al principio pensé que era un mito que nos contaban para evitar la tristeza de no ser llevadas, todas las de mi frío cuarto estaban impacientes, incluyéndome a mí, era verdad, no nos habían mentido, ¡realmente existía el día anual de adopción!, las familias hacían filas enormes, hasta se llevaban a las más feas, ese era nuestro gran día, ¡por fin íbamos a salir de este cuarto frío y feo!

Recuerdo el momento de la adopción, la familia abrió el cuarto frío, observó a todas y sin pensarlo más se decidió por nosotras seis, voltee y pude ver la cara de felicidad de mis hermanas, todas sonreíamos, habíamos esperado mucho para ese momento feliz, mi padre terminó el papeleo de forma rápida nos abrazo y dijo: “ustedes y nosotros nos vamos a divertir mucho”.


Subimos a la camioneta y nos llevaron a la festividad más grande que jamás había presenciado, ni siquiera el día de limpieza se asemejaba a lo que mis ojos observaban, mi padre nos cargo a todas y caminamos entre la multitud, estaba impaciente por ver que sucedía, a lo lejos pude ver a otras que fueron adoptadas antes que yo, la felicidad se apreciaba en todas partes.

La celebración parecía normal, hasta que de un balcón salió un señor con una bandera tricolor hermosa, tocó una campana y grito lo que parecía una orden de asesinato: “¡viva México!” en ese momento mi padre repitió lo que el señor gritaba, nos levantó orgulloso presumiéndonos ante todos, tomó a una de mis hermanas perforó su cabeza y se bebió sus entrañas. Grité despavorida, pero a nadie parecía importarle, todo mundo hacía lo mismo con sus nuevas adopciones, intenté escapar pero no pude, no pensé que las personas fueron tan locas como para beber las entrañas de quienes habían adoptado hace apenas un par de horas, llorando abracé a mis hermanas, una a una fueron bebidas, quedé al último, mi padre me agarro de la cintura y me dijo de forma alegre y tambaleante: “¡eres la última!, te voy a saborear”. ¡Tsst! mi cabeza fue perforada entre lágrimas y gritos de odio hacia mi padre, traté de moverme pero las fuerzas eran nulas, mi padre bebió como energúmeno mis entrañas poco a poco, tal como lo había hecho con mis hermanas, cuando el acto se había consumado fui aventada por mi padre al piso y aplastada por la multitud que me rodeaba.

En el poco aliento de vida que me queda solo anhelo ver a mis hermanas en el cielo de la cebada.



0 comentarios:

Publicar un comentario